jueves, 18 de diciembre de 2008

No tenía casi nada...

Allí estaba ella, subiendo al autobus, sin ninguna prisa pese a que el resto aguardábamos con impaciencia por sufrir un retraso más. Agarraba con fuerza una carpeta desgastada, apenas visibles las fotos recortadas de sus ídolos de provincia. Vestía sin ningún sentido estético, o al menos eso comentaba la pareja que se sentaba en la segunda fila. Tenía el pelo rizado de tal forma que daba miedo surcarlo, y no habría jurado que allí debajo no se ocultara un cachorro. Si te cruzaras con ella no recordarías sus ojos más que por un exceso de maquillaje. Sus pecas en el cuello eran demasiado grandes para resultar atractivas. Tampoco era una chica especialmente proporcionada, y sus largos brazos no se correspondían con su escasa espalda, su trasero elevado, sus muslos abultados. Al andar no cojeaba, pero arqueaba las piernas demasiado, como si fuera incapaz de andar de una forma relajada. Y por último uno de sus zapatos rezumaba betún barato mientras el otro se conformaba olvidado con sus tonos claros, lo cual terminaba de definir una imagen ciertamente desoladora.

Y sin embargo, ahi estaba yo, incapaz de emitir una mínima queja. Rendido a la evidencia, repitiendo la misma frase varias veces, acariciando cada palabra más y más ensimismado, convencido de que sólo por esto ese día merecía la pena.: Hay sonrisas que ganarian una guerra. Y la suya era una de esas.

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