domingo, 24 de mayo de 2009

Elecciones individuales, conclusiones colectivas..

Resultaría demasiado descorazonador (e infinitamente presuntuoso) presentarse en este espacio a demostrar que los principios que rigen este mundo son erróneos: Pero tal es la libertad que proporciona esta identidad múltiple, la consciente intimidad a prueba de equivocaciones y el convencimiento irracional sobre esta idea que no puedo impedir intentarlo.

Se me vienen a la mente, en primer lugar, las reacciones ideales entre elementos químicos que complementaban mis relaciones adolescentes en el instituto. Esas aulas monótonas, donde un espigado científico loco nos contaba aquellas reacciones: Fórmulas rigurosas donde los elementos se transformaban de alguna misteriosa forma para convertirse, al otro lado de la flecha, en compuestos con formas diferentes. Posteriormente todo era cuestión de números para igualar los datos a un lado y a otro, quedando únicamente para la discusión el número de atomos o unidades cúbicas necesarias para obtener, por ejemplo, tres moles de agua. Banal discusión ya, pensaba entonces y pienso ahora. Lo que nunca vi, y creo que tampoco lo hizo ninguno de mis compañeros, es que el oxígeno diatómico, mezclado con un compuesto de azufre, diera como resultado un compuesto repleto de nitrógeno, flúor, cadmio o plata. Era impensable que la transformación fuera más allá, y que un elemento que no estuviera a un lado de la fórmula apareciera al otro. ¿Quién tenía poder para construir una receta asombrosa como esa? Pues en el mundo químico que me explicaron, nadie, porque así debían funcionar las cosas.

Sé que estoy perdido desde que hice referencia a reacciones ideales: Supongo que la paradoja ya fue ideada y ante ello le dieron este nombre distinguido. Pero no por ello pierdo la oportunidad de declarar la guerra a un principio tan descabellado: El que los actos realizados en un entorno cerrado y elegido, afecten al resto de individuos, incluso con circunstancias y componentes que nunca estuvieron en la fórmula. La teórica dependencia entre las precondiciones y los participantes iniciales se esfuma al comprobar los resultados.

¿A dónde vamos, pues? A un lugar en el que mis actos te afectarán sobremanera, eso seguro. A una encrucijada donde mi sentido de la libertad estará retringido por el temor a herirte. A decir lo contrario de lo que pienso, y aún así fallar tanto en lo que digo como en lo que pienso. A un campo de minas donde lo más doloroso será saber que yo mismo las enterré, pero no puedo decirte donde están porque apenas me queda un hilo ténue de voz con el que expresarme. Y yo me rebelo ante esto, con un gesto rabioso de rebeldía individual, enfrentándome a la inmensidad del universo. Y tú me recuerdas, con inmerecida y dulce amabilidad, que incluso ésta elección individual de rebeldía tendrá consecuencias colectivas. Y cuando me doy cuenta lloramos juntos por ello.