viernes, 21 de noviembre de 2008

Evaporación de ideas

Luchando contra la evaporación de ideas que le atacaba cada mañana, la señorita Fleuvert salía de su casa con una agradable sonrisa. Saludaba a cuantos paseantes cruzaran la mirada con la suya, se sentía inmensamente realizada cada vez que encontraba un músico en la calle, ya fuera un singular violinista o tan solo un esforzado organista en playback, y se concedía todos los caprichos dulces y salados que parecían llamarla desde los escaparates. Era sin duda una mujer nueva desde que apenas recordaba nada de su pasado. Los años en que las estrictas maneras de su madre habían agriado su carácter formaban ya parte de su testamento vital. Ni rastro tampoco, más que en los incrédulos compañeros de facultad en los años setenta, de las piezas de fruta que servian de único y exclusivo alimento a Margarita Fleuvert siempre que quedara algún rayo de luz. Y por supuesto nada de la literatura tan fantástica como terriblemente desaconsejable para ella que la había encerrado en sus paranoias. Todo aquello y todo esto, separados por una frontera perfecta, tan fina como intraspasable. La frontera de la memoria. Porque a veces, todo lo que nos queda para llegar a nuestro destino, quizá la única forma de conseguirlo, es olvidar todo lo que hemos aprendido por el camino y empezar de nuevo. Con todos los riesgos, por supuesto...

Pero claro, ¿quién se atreve a olvidar?

sábado, 1 de noviembre de 2008

Buscándome el viernes en el periódico...

- No tiene ningún sentido, así no podré nunca retratarte: Debes decidir cuál de tus vertientes es la que domina tu ánimo, para que yo pueda empezar a dibujar. Empecemos de nuevo: "¿Crees o no en la influencia de los demás en ti? ¿Crees, en definitiva, que el mundo te rodea sin sobrepasar la mampara de la formalidad, o en cambio que no existen más mamparas que las que te coloca tu torpeza social?
- No lo sé, no lo sé. ¿Quién tiene respuestas? Yo sólo sé que cuando abro el periódico los viernes, suelo acabar en una sección de contactos... ¿conoce usted de que le hablo? No, no se ruborice, creo que me ha entendido mal: No es asunto de meretrices, sino un rincón más bien dedicado a los amores misteriosos. Ya, parece lo mismo, peor no lo es, déjeme explicarme más: Básicamente, dos personas se cruzan sin más aliado que el destino en una estación de autobús, en un concierto de REM, o mesa contra mesa en un Starbucks, y se quedan prendados (al menos uno) hasta tal punto de no poder olvidar al otro un buen rato. Sin embargo, no se dicen nada (o apenas nada) y aprovechan el rincón del periódico de los viernes para dejarse un mensaje, para saber si son correspondidos. Es gente que cree en el poder de una mirada o una conversación inacabada, pero incluso más: cuanto más sútil haya sido el contacto previo, cuanto más total sea el desconocimiento de la otra persona, más seguros están de que era justo lo que estaban buscando. Es un extraño milagro.
- ¿Qué tiene que ver eso con usted? ¿Qué tiene que ver en definitiva con lo que estamos hablando desde hace ya... 50 minutos?
- Tiene toda la razón, como siempre por otra parte. Sacaba a la palestra esta historia porque los viernes, cansado de una semana agotadora y fácilmente olvidable, abro el periódico y busco sin reparos esa sección. Y la leo con una avidez tremenda, con una insensata seguridad de que voy a aparecer en esa sección. Que esta semana será imposible que alguna admiradora no me haya dedicado un mensaje en esas líneas. Dudo si es soberbia o desesperación, o una mezcla de ambas. El caso es que llego a la página 2 y me busco en cada situación: Metro de Ópera, camiseta negra. ¿Por qué no estuve ese día en Ópera? ¿Por qué llevaba una insípida camisa de rayas azules? Y después un mensaje enigmático, buscan a un Robin Hood. ¿Quien podría pensar en mí como Robin Hood? Luego el bar oscuro, la casa rural, la salida de ese garito de moda. El caso es que analizo uno por uno todos los anuncios, me busco con descaro, suplanto todas las identidades esperando que una coincida conmigo: supongo que hasta ahi llega mi ego inicial.
- ¿Y luego qué?
- Luego tiro el periódico, cierro su dichosa mampara y me tomo hasta casi empacharme cucharadas de helado de caramelo.
- Y sin embargo sabe que el problema es esto último y no hace nada por evitarlo.
- ¿Los empachos de helado? Me gusta el caramelo.
- No, claro que no. Me refería a cerrar la mampara. Y a la debilidad de su ego, por añadidura.
- Creo que nos queda mucho trabajo, camarada. Pero mientras, pinte aunque sea los decorados: No me gusta verle tan desocupado por un asunto con tan poca solución como éste. Retrate, retrate...