viernes, 21 de noviembre de 2008

Evaporación de ideas

Luchando contra la evaporación de ideas que le atacaba cada mañana, la señorita Fleuvert salía de su casa con una agradable sonrisa. Saludaba a cuantos paseantes cruzaran la mirada con la suya, se sentía inmensamente realizada cada vez que encontraba un músico en la calle, ya fuera un singular violinista o tan solo un esforzado organista en playback, y se concedía todos los caprichos dulces y salados que parecían llamarla desde los escaparates. Era sin duda una mujer nueva desde que apenas recordaba nada de su pasado. Los años en que las estrictas maneras de su madre habían agriado su carácter formaban ya parte de su testamento vital. Ni rastro tampoco, más que en los incrédulos compañeros de facultad en los años setenta, de las piezas de fruta que servian de único y exclusivo alimento a Margarita Fleuvert siempre que quedara algún rayo de luz. Y por supuesto nada de la literatura tan fantástica como terriblemente desaconsejable para ella que la había encerrado en sus paranoias. Todo aquello y todo esto, separados por una frontera perfecta, tan fina como intraspasable. La frontera de la memoria. Porque a veces, todo lo que nos queda para llegar a nuestro destino, quizá la única forma de conseguirlo, es olvidar todo lo que hemos aprendido por el camino y empezar de nuevo. Con todos los riesgos, por supuesto...

Pero claro, ¿quién se atreve a olvidar?

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