viernes, 25 de enero de 2008

Simplemente... Y tú no lo tienes

Una respiración con matiz de silbido apagado, unos segundos de silencio, y aquella sombra no pudo retener más lo que rumiaba desde hacía tiempo. Sin más envoltorios le dio su veredicto: "Para escribir no hace falta talento ni drogarse hasta la extenuación, simplemente hace falta tener algo que contar. Y tú no lo tienes. Sólo eres capaz de hablar por hablar, vacío, eternamente: será algo que deberás solucionar antes de tener una pluma en la mano".

domingo, 20 de enero de 2008

Presunción y culpabilidad

La presunción es una capacidad humana que está repleta de connotaciones inusuales: La presunción es adoptada por término general en momentos de crisis, en los que la falta de confianza y de motivos de diferenciación acechan. Es un arma arrojadiza que se echa a los demás, tratando de encontrar un espacio vacío en los otros para alimentar el propio ego. Es un ataque, que además se identifica por ser viciante: Se llama a sí mismo varias veces, y no calma el ánimo del presunto presuntor sino se repite una idea cuatro veces. La misma idea, pero con el objetivo de presumir cuatro veces... ¿quién no querría aprovechar un solo regalo para disfrutarlo 4 veces por igual si pudiera? Pues esa es la base de la presunción: No hay droga que la supla, porque la presunción la mueven movimientos encontrados: la mueve no poder responder por algo, tener la conciencia intranquila, saberse convencido de no tener razón y refugiarse en otras ideas: No tengo X, aunque no lo reconoceré nunca no puedo dejar de pensarlo, pero que y tengo. ¡Qué Y! Debo demostrar mi Y para que olviden mi X, si hace falta exagerando mi Y.

Nadie puede escapar a ser objetivo de la presunción: una gesta pasada, una aventura, un amor, o la disponibilidad de un sacapuntas encima de una mesa bien valen para ser adorados: Porque esa pasión excesiva, irracional y terriblemente reciente, obviada anteriormente, denota un punto flaco. Su único objetivo es hacer dudar a los que le rodean de si tienen o no un sacapuntas en la mesa. Y cuando lo vean... ¿cómo no sentir que debe ser poca cosa comparada con el sacapuntas del presuntor, si le dedica esas terribles palabras? Estás en su laberinto. En teoría perdido. Pero es fácil salir, no tienes porque llegar a su salida, puede que las haya cortado todas. Es tan fácil como salir por arriba del laberinto, todo el mundo sabe que ningún laberinto tiene techo, sino nos e verían los caminos desde arriba.

Ha pasado el tiempo de lanzarse cuchillos jamoneros, dardos sedantes, e incluso ataques verbales mentando a la inutilidad y falta de inteligencia del rival. Hoy lo que se vende son sentimientos de tres al cuarto, infantilmente aderezados, con sabor a pimienta seca, que tienen menos de verdad que de culpabilidad. Y son muy fáciles de detectar, por lo que es un problema menor. Ínfimo. La presunción como ataque, de los hombres sin confianza, es un lamentable espectáculo que sólo merece nuestra compasión. Si un día decido convertirme en un presuntuoso, no me cubriré de plásticos: Seré el mayor presuntuoso que habite la tierra, y me moveré convencido de ello. Moveré tierra y aire para presumir de mis pasiones allá donde vaya, siempre, sin discusión. Pondré una placa en mi camisa para que todos lo sepan: El presuntor (por aquello de tener más fuerza que presuntuoso). Como dijo Henry Miller en "Trópico de Cáncer": "El mundo que he abandonado es una casa de fieras. Amanece sobre un mundo nuevo, una jungla por la que vagan espíritus flacos y de garras aguzadas. Si soy una hiena, soy una hiena flaca y hambrienta: Salgo de caza para engordar". E incluso eran rescatables otros párrafos previos, pero la entrada termina aquí, porque, presunciones aparte, sé bien donde termina esta historia, y eso basta para no seguir escribiendo más por hoy. Presuntos presuntuosos, por favor.

viernes, 18 de enero de 2008

Pánico a los años pares

Aquella mañana se levantó con el gesto torcido... mirando a la ventana sin encontrarla donde todas las mañanas y con una excesiva intensidad lumínica. Ya eran las 10 de la mañana, pero no se hacía al día, a la vida, al medio. Había perdido en un momento lo que le había costado ganar un año. Y entonces se dio cuenta: Año par, como no se había dado cuenta. Más bien, cómo no había notado que era eso precisamente lo que había notado sin saber por qué. Así que entre debates y lamentos se dijo: "Tocará dormir un año hasta 2009", y tras equilibrar la cama con un nuevo libro en la pata derecha y disimular la cojera, cerró los ojos nuevamente.

Afortunamente, la intranquilidad solo le duró dos horas más, y como todos los años desde hacía 11 se levantó y cambió la hoja del calendario de dibujos animados de diciembre de 1997 a enero de 1997. Una nueva vida, con dibujos nuevos, nunca detenidos más de 31 días: Y una magnifica sensación de seguridad, de deja vu, al saber que la nueva escena era esperada: diferente, pero conocida. Todo seguia igual por Manhattan Street un nuevo 1 de enero de 2008, e incluso el café seguia oliendo, por el momento, a café.