sábado, 6 de septiembre de 2008

El sacrificio

No supe que aquello no lo provocaba hasta dos meses después de tomar esa decisión. De cualquier forma, ya había descubierto días después por otros medios que el sacrificio había sido inútil. No obstante, fue en ese preciso instante en que el presentador de aquel concurso mencionó que el chocolate no tenía ninguna relación con el acné (según numerosísimos estudios) cuando yo terminé de tener todo claro. De descubrir a mi manera la camara oculta de aquella broma que se había extendido ese verano. En resumidas cuentas, había decidido prescindir de las galletas, los barquillos, y esas tabletas excesivamente cargadas de chocolate diez días antes de que nos viéramos con la única intención de mostrar mi mejor semblante. Sacrificar ese exceso de fogosidad que me daban el azucar y el cacao para presentar una piel sin rasgo de materia grasa ni de granos inoportunos. Aceptar ese sacrificio era en realidad manifestar mi derrota vital: mi primera gran excepción a la regla de cuidarme de los demás y sentirme el centro del mundo. Luego supe, con los años, cuando las excepciones se fueron convirtiendo en reglas y las reglas en excepciones, que realizar esos sacrificios no era más que aceptar un estrato común en la categoría humana. Y que darse cuenta de que los sacrificios eran absurdos y no tenían ningún sentido, y por encima de todo ello seguir haciéndolos, era un signo de la mayor pasión humana que conocen por amor. Ese estúpido enemigo otrora.

Es imposible que ella lo hubiera notado. Tampoco era esa la intención manifiesta. Pero tal vez si hubiera conocido mi sacrificio habría sido distinto. Entiéndanlo, me moría por el chocolate (con almendras generalmente) después de cada comida: Rebanadas de pan con chocolate al desayunar, un trozo generoso de tarta de chocolate prefabricada después de almorzar, y unas galletas o barquillos con chocolate después de cenar, al calor de la estufa. Todo para llegar al día elegido, bordar las tradiciones de cualquier cita, y fracasar en el asalto. O más bien, decidir no jugarlo en el momento exacto en que los jueces mostraban una desventaja de 17 puntos entre mis sueños y los hechos.

De todas formas, si el camino vale de algo, durante esos diez días de sacrificio yo creí formar parte de algo importante. Y al fin y al cabo, son solo estudios los que dicen que el chocolate no provoca acné. E incluso, puede que ella se diera cuenta de forma inconsciente de todo. Dudo que diera una minima validez a lo primero si no deseara la segundo, pero eso no importaba ahora. Por eso, al recuperarme del impacto del descubrimiento, pude sonreir y seguir creyendo en lo que hacía. Ahi fuera seguía todo igual, y yo terminé con el paso de los minutos por seguir ensimismándome con cada nueva pregunta del concurso: Diciendo que no, que la capital de aquel país báltico nunca sería Varsovia, mientras tomaba tres onzas mal partidas de fondant.

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