sábado, 28 de julio de 2007

Ante mis ojos, sus ojos: la forma de la tristeza

No llegaba la noche por más que me habría gustado ambientar ahí mi experiencia. No había una fina tormenta ni ningún halo misterioso en el ambiente, y solo un intenso brillo en el dia y una temperatura extenuante podian describir lo que pasaba por la vida hasta ese momento. Hasta las 17:20. De repente, sin aviso previo y sin pedir permiso, una mirada me atraviesa literalmente. Está bien que no haya que pedir permiso para mirar a los demás en este mundo derrotado por la individualidad, pero aquello era realmente fuerte. Delante de mi, sin pestañear, esa mirada. Una mirada negra, más allá de que sus ojos no eran negros. Una tristeza afilada, toda reducida a unos centímetros cuadrados... unos ojos tremendos, que no estéticamente correctos, tal vez quizá también dijera algo parecido una parte de su rostro.

No podía practicamente moverme. ¿Cómo era posible hoy en día, ver eso? Y sin embargo había algo que no me permitía aceptar lo que me pasaba, tal vez renegara de esa tristeza por haber visto ya esa mirada en algún sitio: puede que en algún espejo borroso de alguna noche borrosa en un hotel de letreros borrosos. Era un poco de todo lo común, pero aterradoramente nuevo; un poco de vida detenida, pero con aire de otra vida. Huelga decir que podría seguir sin poder expresar exactamente que era, pero sí podría decir que todo lo que comprendía se encaminaba hacía un fluir de contradicciones, entre la tristeza y la melancolía.

Reaccioné como pude: No les voy a negar, lo primero que hice fue cerrar la primera puerta que encontré y que me permitía marcar una mínima distancia. Distancia para pensar, supongo, para reflexionar... pero ahora yo solo podía recordar, buscar en un pasado muy reciente de segundos y sensaciones.

¿No tenía mejor momento para pensar y reflexionar? Abrí de nuevo la puerta. No lo hice con especial cuidado ni con tanta desconfianza como debiera. Lo hice como la persona absolutamente convencida de que no volverá a ver lo que vio, que todo se debía a una metáfora de mi mente; todo sería un juego, más bien un terrorífico sobresalto que me enseñaría a asustarme ante la tristeza, a reconocerla. Y durante un segundo, no pude menos que seguir sintiendo así. No sé si me alegraba de que hubiera o no desaparecido, no tuve tiempo de seguir cavilando entre esas nimiedades pues tras unos destellos del sol atacando mi cuerpo apareció de nuevo esa figura ante mí: Un corazón viviente, de hecho andante porque se acercaba hacia mí con pequeños pasos. Pero esta vez había matices nuevos: la misma escalofriante sensación de abatimiento y soledad se mezclaba ahora con un terrible deseo que salía de lo más profundo de su ser de sentirse aceptado. No lo entendía, ¿quién quiere ser aceptado ahora? ¿quien quiere ser uno más, más aun, ser una parte más, una cualquiera de otro? Y sin embargo era lo que ahora sin ninguna duda comtemplaba. La escena me sobrecogía cada vez más, y era absolutamente trágica: trataba de poner la mejor sonrisa, pero con la seguridad de que yo sabía de su más absoluta miseria interior y de su sufrimiento: quería demostrar que también sabía sentir, ser feliz, reírse de las cosas que se ríe todo el mundo. Incluso sabía que durante unos treinta segundos eternos en esas condiciones yo había puesto una puerta blindada de madera y acero entre nosotros y sin embargo hacía todo lo posible por olvidarlo.

Lo hice de nuevo, cerré la puerta. Ya lo sé, qué tipo de ser humano haría eso, pero el miedo me cegaba, y lo peor es que no sabía de donde venía: si de mí o de 2 metros más allá. Aun no sé que haría otra vez en esa situación, por lo que tal vez no fuera el miedo.. ni si habría otra vez. Pero la hubo. Esta vez espere un poco más, lo suficiente para que nuestro compañero iniciara el duro caminar por la cuesta que se alejaba de mí. Luego salí, y me fui. Y ya. Con la sensación de que ya podía huir, porque no venía hacía mí, pero con la mirada clavada en mi espalda. Peor todavía, enfrentándose nuestras miradas cuando yo me daba la vuelta: y no podía dejar de ver más que rechazo, tristeza y un odio sin rabia: lo que se alejaba de mí no era un odio voluntario, una actitud rebelde ante la vida, ojalá fuera eso: era una tristeza no elegida, que se metía hasta las entrañas del alma y destrozaba todo lo que tenía que ver con las puertas de la culpabilidad. Parecía sentirse culpable de no saber hacer, o de no saber sentir, quien sabe si de no saber qué decir cuando quería decir lo que sentía. Pero era absurdo, no necesitaba palabras para esto, más que sus pupilas electrizantes. Parecía querer pedir perdón si algo había hecho mal, tal vez le vendria bien una frase hecha, pero no era desde luego culpa suya ni tenía que pedir perdón por sentir más que los demás. Me dejó alejarme, y con ello seguramente acabamos mutuamente con nuestras almas, si quedaba algo de ellas.

No pegué ojo cuando me acosté. Era terrible: había dejado pasar el sentimiento más auténtico que había visto en mi vida. Y dejar pasar era la expresión menos acorde para resumir esos momentos que quedarían marcados, sobre todo, en mi mirada a partir de ahora, aunque yo me esforzara en maquillarla. Yo me acababa de convertir en un monstruo más, no cabía duda. Un monstruo que cada vez llevamos más y más dentro, y que sea producto de muchos monstruos, de un mundo exponencial de monstruos malinfluenciándose unos por otro, o simplemente de la vida, poco importa. No se puede esperar demasiado de alguien que niega sin descanso cuando escribe. No sé si volveré a verlo. No se si podré, pero además es que no tengo ni la más absoluta idea de donde estará ahora. Espero que no vagando por contenedores o durmiendo en cartones roídos de muerte. No me digan que soy un exagerado, no se me ocurren muchos más sitios donde podría estar (¿lo averiguaré alguna vez?). Si quieren más datos, no creo que lo olvide: medía bastante menos de un metro, aunque era grande. Era de un color negro azabache, aunque sus ojos parecían entre marrones y grises, algo rojos de sangre y rodeados de blanco apagado. Y aunque no ladraba como los otros perros, yo sé que callaba porque no tenía nada más que decir con ladridos. Ni con palabras. Como Pavese. La vida en círculos.

2 comentarios:

Carmen Fernández Etreros dijo...

Enhorabuena por tu blog. Me han encantado los primeros posts. Te seguiré de cerca.

Viktor Faccuy dijo...

Muchas gracias por pasarte, yo seguiré leyendo en la sombra esas historias mínimas (título que tan buen recuerdo me da por una excelente película argentina que algún día tendré que destacar por aquí).

Un saludo