La respiración entrecortada se correspondía con los nueve grados bajo cero que inundaban la plaza roja. También, por supuesto, con la relevancia vital del momento. Las sillas dispuestas en círculo, no más de una docena, y los discursos aprendidos eran la única señal de que lo que allí ocurría estaba planeado desde hacía meses. En ese momento recitaba su carta Muntaner, un chico rubio de orígenes chipriotas, con visible emoción:
"No fue mi elección convertirme en un delincuente, como no fue elección mía que se murieran mis padres cuando sólo contaba con once años y una hermana que cuidar. Aprendí a sobrevivir de la chatarra sin complicaciones. Más pronto que tarde pasé al robo de vehículos. Conociendo a la gente adecuada, quizá la más inadecuada de todas, comencé a labrarme una carrera. No había salvación posible para mi, pero me empeñé en devolver al mundo lo que le quitaba con mis pequeños delitos: Pagaba el mejor colegio de la ciudad a mi hermana, acudía los domingos con lo que podía a ayudar al centro de menores abandonados, nunca probé una droga. Una vez escuché que se referían a mi como un auténtico gentleman de los suburbios. Seguramente fue un subterfugio muy simple éste para impresionarles a ustedes, tan acostumbrados a las cimas y los valles de la vida, pero a mi en ese momento me sirvió para olvidarme de mis obligaciones con Dios y con mi ética. Hasa que un día, todo se vino abajo: Fui condenado a tres años de prisión cuando apenas fui mayor de edad. Perdí el control sobre lo que pasaba más allá de los barrotes de mi celda. Y cuando tuve noticias, fueron terribles: Mis compañeros de fatiga se repartieron mis ahorros. Mi hermana se dedicaba a la prostitución para ganarse la vida. Mis únicas creencias se desvanecieron cuando me contaron que el cura Monseñor Romero había dejado la vicaria por falta de Fé. Y dos meses después, mi hermana fallecía a manos de un loco. Todo derrumbado de nuevo. Busqué un plan B: No existía. Supe ese mismo día que mi proyecto de vida había acabado. Nunca fui un luchador, todo lo que hice desde los once años fue instintivo. Así que entonces decidí seguir mi instino una vez más y dar todo por concluido. Mis últimos meses han sido una tortura psicológica infame, por inútil, un fluir de sangre mecánico, por no deseado, y un suspense apagado, por resultar el destino final inevitable. Hoy me despido sin poderles dar un ejemplo de existencia, sin poderles asegurar que me espere algo parecido a la salvación al otro lado, pero con la confianza de que no me juzguen y aprueben lo que voy a hacer estando ustedes en la misma situación."
Muntaner fue a la mesa y tomó el revólver. Segundos después, sólo quedaban siete personas en la plaza. Los aplausos, no más de diez segundos, y no demasiado sonoros, fueron su único velatorio hasta que el equipo de exhumación se llevó el cuerpo y dejó al resto de supervivientes mirándose entre sí en la plaza, inquietos por tomar la palabra. Sólo uno más se iría esta noche. El resto tendría que aguardar a la siguiente cita en Brasil. Así estaba acordado.
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