Hay momentos en los que uno debe responder preguntas comprometidas. Puede dejarlas pasar un tiempo, pero siempre vuelven, cada vez de forma más frecuente y cada vez de forma más impertinente, hasta que no pueden respetar más el silencio y te exigen una respuesta sincera. Porque a estas alturas ya sospecho que el truco de no contestar nunca de forma sincera no sirve eternamente, no voy a esperar más.
Pregunta 347: Si tuvieras que convertirte en un gato o en un perro, ¿qué elegirías? Caramba, difícil decisión. Entre otras cosas dependería del tipo de gato y del tipo de perro. Sé que no querría ser un chiwawa o un yorkshire, eso seguro. Pero siempre he visto, desde fuera, un lado de divinidad asociado a los gatos que provoca que me los imagine más como cantantes de pop, y un sentimiento de realidad en los perros que me identifica más plenamente, como si los silencios de un perro fueran los momentos de reflexión de un filósofo en medio del transitar de su vida. ¿Qué decidir, pues? Tal vez, que lo más propio para mí sería ese gato que siempre se cruza conmigo en la calle, cuando salgo a buscar mi autobús, y que me mira tan fijamente como rápido huye en cuanto quiero acercarme o darle de comer. Sin excepción, siempre escapa, siempre se mantiene al margen. Su mirada persistente muestra su obsesión por aprender de un mundo del que, sin embargo, no quiere formar parte como muestra su eterna huída. ¿O será que no se atreve a formar parte de ello, y sólo sería un problema de miedos? Más que nunca, elegiría ser ese gato para conocer alguna respuesta.
domingo, 15 de marzo de 2009
Paradojas felinas..
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